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La Revolución social española de 1936, comúnmente conocida como Revolución española,[1] fue un proceso revolucionario que se dio tras el golpe de Estado del 17 de julio de 1936 que desembocó en la guerra civil española. Una de sus bases ideológicas fue el anarcosindicalismo y el comunismo libertario de la CNT-FAI. La otra fue el marxismo del ala «caballerista» del PSOE y la UGT y del POUM (e inicialmente también del Partido Comunista de España). En su vertiente anarquista se caracterizó, entre otras cosas, por su anticlericalismo en lo religioso, su cantonalismo y horizontalismo en lo administrativo, su racionalismo en la educación y el colectivismo autogestionario en lo económico. En su vertiente marxista su modelo fue el comunismo soviético.
La revolución se inició por la decisión del gobierno de José Giral el domingo 19 de julio de «armar al pueblo» para hacer frente a la sublevación militar iniciada en el Protectorado Español de Marruecos en la tarde del viernes 17 de julio y que se extendió a la península durante los dos días siguientes. Gabriele Ranzato considera que «armar al pueblo fue armar a la revolución».[2] «El gobierno Giral perdió inmediatamente el control de la situación, y en los primeros meses las milicias armadas más que a hacer la guerra se dedicaron a una obra revolucionaria caótica y sanguinaria, más destructiva que constructiva, localista y utópica, realizada más por los sindicatos —anarquista y socialista— que por los partidos políticos».[3] Julián Casanova comparte esta valoración. Según este historiador, a causa de la decisión del nuevo gobierno de José Giral el Estado republicano perdió el monopolio de las armas, por lo que no pudo impedir que se iniciara una revolución social, ya que las organizaciones obreras no salieron a la calle «exactamente para defender la República, a la que se le había pasado la oportunidad, sino para hacer la revolución. A donde no había llegado la República con sus reformas, llegarían ellos con la revolución. [...] Un golpe de estado contrarrevolucionario, que intentaba frenar la revolución, acabó finalmente desencadenándola».[4] Luis Romero ya destacó la paradoja de que el «desencadenamiento» de la revolución «iba a ser consecuencia directa de la sublevación militar y derechista. Porque el hecho se produjo y, con el pretexto de ayudar al Gobierno, se desbordó su autoridad y sin destituirlo se le reemplazó, y en gran medida sus funciones fueron usurpadas».[5]